jueves, 30 de mayo de 2013

:. Diario de una realidad rota .:



En el centro de un arco capaz, la cúpula de la razón me impide la salida. No puedo acercarme a la mediatriz, no quiero morir.
Me dedicas a mí las mismas palabras que en su día me arrebataste. La cúpula sigue encerrándome, insensible, e ignora mis gritos.
Preferiste borrar lo que había pasado. 
No te culpo. No soy la mejor muñeca de la tienda. Mi porcelana se rompe impregnando las paredes de agua escarchada, y la silicona de mis ojos se derrite manchando el parqué. Mis vestidos son de restos de tela vaquera, ennegrecida por el humo. Y mis zapatitos se rompen, soltándome las piernas.
Pero yo era una muñeca real. Podías deslizar tus dedos sobre mis costuras hasta abrazarme en las noches de luna nueva, cuando los niños sedientos gritan por las calles de Madrid, buscando almas a encerrar en sus tumbas. Quizá hubiera sido el aliento a escuchar en las mañanas de hojas secas. Quizá, si el algodón dejara el frío el lado y quemara los hilos.
¿Por qué dedicaste tu tiempo a mirar un escaparate vacío con un anuncio roto y quemado?
Y me lo recordabas, mientras desenredabas mis cabellos de plástico desteñido. Me lo recordabas al visitarme a mi cárcel, con el resto de bestias de algodón. Me lo recordabas tras sonreír y jugar con las telas de mi falda. Tras la atención y las risas, hablabas de la muñeca perfecta. 
La muñeca que nunca existió.
Y ahora que fuiste a cogerla y notaste tus dedos atravesando un espejismo, me abrazas hasta soltar los botones de mis ojos.
 Y no puedo evitar pensar que es porque no te queda otro remedio.
Cada vez que acariciabas las telas de mi cuerpo, los pliegues de mi vestido, el plástico de mis ojos, veía tu pupila brillar, y te culpaste por ello. Rompiste la porcelana de mi piel, arrancando el algodón de mis entrañas, y te culpaste por ello. Sin embargo, las palabras cesaron, y volvió el espejismo. 
Y cuando tu propia realidad te convirtió en muñeco, te tiró a la basura junto a tus ahora rotas palabras.
Viniste a mí, al almacén ocupado por ratas y cucarachas, gateando y entre lloros escondidos por una seguridad antinatural.
¿Qué demonios te pensabas?
¿Creías que no era más que un objeto de segunda, creyente a ciegas de cuentos y poesía barata?
¿Creías que las grietas de mi piel no eran más que una pintura?
Cualquier otra muñeca habría tirado por tierra a un soldadito de plomo con la lanza ensangrentada.
Y a veces, me pregunto por qué yo no lo hice. Quizá tras varias noches me sintiera relucir con mis rizos recién crecidos, pero… ¿y las noches de luna nueva en las que el griterío estallaba mi garganta? 
Mi tráquea agoniza mientras el aire quema. Si tu realidad hubiera seguido su farsa, mis pliegues seguirían rotos, y no importaría. No significaría nada. Y todo por la cabezonería de un bohemio mal escrito; inseguridad, cobardía, agujas en la médula que aguantar un maldecir. Incapaz de abandonar una ilusión, una mentira; un juguete, una mera piedra del camino. 
Sentimentalmente culpable, miedica e incapaz de actuar, un pésimo coleccionista de ilusiones incapaz de distinguirlas de sueños.
Otro temor más a la lista, y otro resentimiento.
¿Y yo? Una muñeca. Que abandonó a su primera niña. Que se despidió de las cosas más bellas que Dios mismo creó en su momento, aquellas angelicales figuras, por ir con algo distinto.
Pagada con distantes cuchillos en el pecho, en vez de un abrazo en casa. Pagada con la preferencia de una mentira, de un juguete con maquillaje corrido y sonrisa falsa a una inocencia de rota porcelana.
Pagada con un desprecio. 
Y el pasado vuelve, y volverá siempre. Hoy soy yo, mañana ¿quién? ¿Con qué romperás mi porcelana de nuevo? ¿Qué hilos tendré que usar para volver a coserme mis tripas?
¿Hasta qué punto puedo confiar?

sábado, 18 de mayo de 2013

:. Santa Ana .: (III)


Querida Santa Ana, que entre escarchas y diferencias aniquila un futuro incierto: 

En grietas de cartón escribo con sangre las memorias que mi alma, retorcida y nauseabunda, empezaría a redactar en las oscuridades de Londres. 
Es cierto que no todo es fácil en los tiempos que corren. Posiblemente, nunca lo haya sido, independientemente del año que apareciera el día uno en miles de pancartas y corazones de neón. Sin embargo, las mentes soñadoras, los bohemios artistas de gorra caliente bajo un edredón recién planchado, en sus mejores años de fugaz juventud, deciden cerrar los ojos al mirar al cielo. ¿Para qué? Saben que las nubes se fugaron hace milenios, y que las estrellas han ido muriendo y cayéndose al mar con el paso de los humos. Los pájaros ya no pían, sino que sus picos se desprenden de sus cabezas, tallando heridas en los ahora grises árboles. Las hojas se suicidan lentamente en el paso entre estaciones. El azul se tornó negro, devorando el resto del arcoíris. Y las aguas del mar nunca más serán cristalinas, y las profundidades seguirán por el resto de los tiempos inalcanzables.
Y, sabiéndolo, cierran los ojos antes de alzar la cabeza. ¿Tanto temen la realidad presente que intentan… desplazarla en el tiempo? 
Es absurdo. Está claro que la absoluta comodidad no es eterna, y que ésta no simboliza, ni mucho menos, un estado de felicidad realmente trascendente. Se vuelve su más absoluta prisión, durante años; un riguroso e inconsciente control lidera de un lado a otro sus vidas, sus pensamientos, sus ideales e ideas. Tienen una visión demasiado concreta, exacta, restringente de toda realidad que se pueda presentar ante sus ojos. Al negarse la vista, sólo pueden tocarla y sonreír. Pensando que es su visión, que es su vida. Que las cosas irán bien. Que todo cambiará, y que ellos, por ser ellos, verán las cosas de otra manera. 
Que, de alguna forma, son distintos al resto.
Pero realmente son más iguales entre sí de lo que alguna vez admitirían, en sus probablemente cortas vidas adornadas de gotas de alcohol. Porque, Santa Ana, te juro por cada gota de sangre tatuada en este fino y agonizante cartón, en este lúgubre callejón londinense lleno de niebla y gritos, adornado por las gritonas y celestiales voces de las niñas escondidas bajo las baldosas… que toda esa panda de críos no es más que el oscuro reflejo de la misma. 
Cada uno de ellos no es otra cosa que el espejo de cada otro. Tienen exactamente las mismas ideas, los mismos sueños, los mismos ideales, los mismos valores… y el mismo sentimiento de originalidad y diferencia entre sí. Se miran y se ríen los unos de los otros, sin darse cuenta de las burlas que se están haciendo a sus identidades. No se dan cuenta de que son muñecos en un estante, con el plástico teñido de negro. No pueden mirar afuera, y cierran los ojos. No pueden mirarse entre sí, y ríen. Se tratan como objetos, se dan un valor, dependiendo de sus “capacidades”, “cualidades”, como queramos llamarlo… y efectúan trueques, intercambios, con el resto de los juguetes, usándose como moneda. A ellos mismos. Su cerebro, su físico. Un todo en un nada. Una cara copia de unos ideales baratos. 
Y así van, despreciándose entre ellos; despreciando su propia esencia, su reflejo. Y miran hacia dentro con los huecos ojos con los que miran a ese muerto cielo, imaginándose una estela de colores y estrellas saltando. Aferrándose a las cadenas de esa demente comodidad. A sus ideas, a sus sueños, a sus talentos.
Aferrándose al resto, de una u otra manera.
Y mi cabeza da vueltas, y la sangre se congela por los vientos del norte. Mi mano está pálida, fría, marcada. Su pulso tiembla, y el cartón fenece ante la humedad.
Quizá le dé demasiadas vueltas. Quizá el alcohol me afecte. Quizá la acera no sea tan cálida como yo recordaba. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

:. Santa Ana .: (II)


Querida Santa Ana, cuya bilis ahogó los recuerdos del muerto y pútrido otoño:

La luz del sol baña el huérfano árbol, y sus hojas ya son adultas. El verano devoró a la primavera, y ni siquiera vimos sus huesos caer de las nubes. Ya no existe el nacimiento de la vida ni los débiles rayos de sol. Las lluvias dieron lugar al polen, al calor asfixiante y a un infierno temprano. Las manadas de inconscientes gritan como animales por las calles asfaltadas con restos de agua y nieve. El invierno llora el asesinato de la primavera, y las bestias se regocijan en la violencia de las flores al copular. Las nubes absorben colores, egoístas, para reflejarlos en la puesta de sol. Los jardines susurran a los niños que mueran entre sus lazos para recuperar una infancia de gritos y pétalos quemados. Los muros reflejan una falsa luz de un sol que sonríe por puro compromiso.
Y a todos les encanta la llegada del calor. Y todos dejan de lado sus obligaciones usando como excusa el cielo que les observa, las hojas que caen agotadas, o la infección del aire.
A todos, menos a mí.
La prudencia ha desaparecido, sí, puedo verlo. Los inconscientes juegan fuera, movidos sólo por el exterior; sin ser capaces de pensar. Siguen con su vida fronemófoba, sin mirar más allá. Dejando que el calor esconda las consecuencias. Dejando aflorar sus instintos. Convirtiéndose en los animales que dejaron de ser cuando tú, Santa Ana, te tiraste a aquel pozo de té en mediados de Agosto, cuando el odio era tangible, cuando el odio temía el futuro, recordando un presente autófobo que asesinó a un tiempo ya vivido.
Las flores no hacen más que parir miedos; pero nadie es capaz de verlo, tan ciegos con sus plantas y sus soles, con el sexo y las drogas, como excusas de juventud. Engaños propios a los que llaman amores, y los clasifican como mejor les conviene, dentro de su propia ignorancia.
Cuando no tienen ni idea de a qué se refieren.
No saben que amar es mantener el dolor cerca. Tomar cianuro como si de licor se tratara. Ser valiente a la hora de esconderse. Enfurecerse por la calma tras la tormenta, y calmarse en el propio infierno tras notar quemaduras en la piel. Ser leal a una traición. Tocar la lira en el fuego de la tierra. Apagar agua con brasas, soñando recuerdos. Coserse piel sana para que no huya herida. Encarcelarse en voluntad propia, andando en soledad entre cadáveres. Ser caótico con la más absoluta seguridad. Descansar despierto, despertarse muerto y vivir dormido. El homicidio de la autosuficiencia.
El peor castigo es una bendición, y el mejor regalo es una muerte lenta de la voluntad.
Y las notas musicales desgarran cada músculo. Típico.
Mi amada Santa Ana, hiciste bien en no exponerte nunca a una vida de dependencia.

martes, 14 de mayo de 2013

:. Dejadnos volar .:




No es mi culpa que esos soldados de alas cortadas se os rebelen, ¡todo era cuestión de tiempo, maldita sea! Es normal seguir al corazón en cualquier tipo de cruzada. Es preferible ahogarse en miserias mientras los ánimos  impulsan a salir, que morir en un torrente de riqueza e infelicidad. ¿Por qué demonios no iban a ser compatibles la virtud y el deber? ¿Desde cuándo los cuentos únicamente se quedan en palabras vacías de aliento a los niños? ¿Por qué, entonces, no los retiramos de las estanterías y las llenamos de cientos de prejuicios más? Todo sería más fácil, pero la ética huiría escurridiza y asustada. Sin embargo, ¿qué entendemos por ética? ¿Manipular el libre albedrío de quienes queremos? Porque eso, sombríos señores, no significa ser un humano modelo, ni mucho menos ser un buen apoyo. A cada cual se le da una única, limitada, propia, personal, singular, irrepetible vida para aprovechar o tirar al averno de una u otra forma, como más rabia dé, o como peor nos pese; lo que sea. Sin embargo, el hecho de que una vida haya sido infructuosa no da el derecho de destrozar las ajenas, más jóvenes, “de creación propia”, intentando obtener una segunda oportunidad a partir de ellos. 

Dejad libres a las hojas, no las atéis como a los soldados que ni son ni fueron. Hablamos de futuro, pero ¿qué es realmente el futuro? ¿Un camino trazado a seguir con total seguridad? Por favor, ridiculeces a otra parte. El libre albedrío implica errores, sufrimiento, dificultades. Implica una lucha interna y externa que ni el mismo Homero podría haber descrito con exactitud. Sin embargo, son errores propios, sufrimiento propio, dificultades a superar; incentivos a crecer, a madurar. A formar. Son el precio a pagar por ser verdaderamente alguien.

Ahora, ¿quiénes se suponen que sois vosotros para frenar esa construcción? Prejuicios y más prejuicios. Miles de almas destinadas al fracaso, por vuestra culpa. Por usar sus inseguridades contra ellos y disfrazar mandatos de sugerencias. Por alimentar al sistema que tanto criticáis, sin intentar cambiar absolutamente nada, sin intentar desinfectar al país que se supone que amamos y que debemos levantar. Todo resentimiento, ideas preconcebidas. Tradición, tradición y tradición. Ser incapaces de mirar más allá, aferrándonos a lo más cómodo. A lo ya conocido. ¡Sin echarle un vistazo al futuro, sólo al corto plazo!
Y decís que lo dais todo, que queréis como nadie, que la felicidad debería ser evidente por toda la riqueza, la riqueza, lo material, el dinero, la comodidad… todas esas cosas que volvimos necesidad cuando en realidad no lo eran. Todo, cuando matamos a Dios para poner al dinero en su lugar. Para anteponer esa buena vida a la vida buena que deberíamos buscar. 

Ruido, ruido, ruido. ¿Para qué pensar? Dejarse llevar por el sistema. 

"Sé médico. Sé ingeniero. Sé abogado. No te vayas al extranjero. Ve a la universidad. ¿Otros estudios? Son para pobres, perroflautas, ingenuos sin futuro. ¿Artes? Vas a morirte de hambre. Úsalas como pasatiempo. Dedícate a cosas importantes, serias, trabajos de verdad."

¿Cuántas veces se oye esto en nuestra sociedad?
¿Cuántas veces intenta alguien remediarlo?

Id a por vuestra vida y agarradla. Sed dibujantes. Sed cineastas. Sed biólogos. Sed profesores. Sed reporteros. Sed periodistas. Sed médicos. Sed ingenieros. Sed abogados. No seáis universitarios si no os veis en una facultad. Idos al extranjero si queréis.

Sed vosotros. Sed libres.

Que nadie os quite el derecho a moldear vuestra vida.

:.Carolina.:




Una pequeña carolina
pía a lo lejos en la noche.
Mal con enfermizo reproche
deja pasar al muerto sol.
Dime, pequeña ave rizada,
qué se siente al ser un recuerdo;
en qué clase de enfermo acuerdo
ahogaste tus lloros de alcohol.

¿En qué clase de plumas limpias
tus llantos de horchata con muerte,
en los que ahogaste a buena suerte
al echar por tierra tu don?
Dime, pequeña ave rizada,
lo que en tu cabeza rondaba
mientras tu música sonaba
arrancándome el corazón.

La ciudad inunda con ruidos
las calles de lágrimas rotas
que nunca más caerán en gotas
por la pared de tu balcón.
Dime, pequeña ave rizada,
por qué sigues en grises calles,
devorada por los detalles
de tu maldita habitación.

A lo lejos veo una estrella
ignorante de su camino.
Envuelta en el velo asesino
la noche le impide gritar.
Dime, pequeña ave rizada,
qué otro mundo has conquistado,
o si al final has olvidado
qué hay que decir al amar.

:. Que nunca venga .:



Posiblemente, lo más difícil de morir sea mantener el cuerpo en tan lúgubre circunstancia.
Secar los pulmones tras arrancarse la nariz y desenchufar la tráquea, expulsándola por la espalda o el pecho.
Parar el corazón bloqueando el marcapasos con una gota de petróleo; hacerlo salir entre vísceras y granates.
Seguir apretando las venas, sin que la sangre se convierta en hielo; que caiga lentamente alimentando el suelo. Que su esencia se funda con la tierra y abandone el cuerpo.
Seguir con los ojos abiertos mientras las tijeras arrancan el iris, para que la Muerte sea incapaz de mirar a la cara. Para que nunca más muestre qué clase de falsa belleza podría perderse.
Ahogar la voz antes de que logre echar al alma del sucio contenedor, antes de que el fantasma huya y busca otro cuerpo. Que muera junto a su trampa, que no vuelva a salir.
Desgarrarse la garganta para introducir las pastillas y el vodka que la boca se niega a ingerir, que el cuerpo se niega a concebir e incubar en su interior.
Morderse la lengua para ahogarse con horchata y lágrimas, y tragar, tragar, para que conozcan al alcohol y los charcos de recuerdos.
Abrirse las piernas y el vientre para arrancarse aquellos mecanismos de vida. No querer engendrar a un ser como uno mismo, para evitarle tantos problemas a la hora de morir.
Arquear la espalda y agarrarse la nuca, para clavar las garras y escarbar con las manos hasta la columna, intentando desenvainarla como la mejor espada que jamás nadie haya tenido en su miserable existencia.
Arrancarse las uñas una a una con los dientes, para que tras el trabajo nunca vuelvan a ser útiles, ni intenten, siquiera piensen, en remediar lo que han hecho. Observar las pequeñas culebras sangrantes de los dedos revolotear por los huecos.
No poder sonreír al vomitar permanentemente.
Quedar en el suelo, o contra la pared, o incluso contra la cama y tapado con cualquier tipo de ilusión, sueño, o verdad. Un criterio, una certeza, una realidad falsa que nunca más quiso cumplirse.
Mirar al cielo, esperando ver a Dios.
Y que nunca aparezca porque nunca estuvo para ti.
Cerrar los ojos huecos, y que Ella venga. Que agarre la carne descosida y las tiras de piel que aún queda, o el pelo teñido de rojo y blanco, o la destrozada garganta, nido de gusanos.
Y que, con un chasquido, lo haga desaparecer.
Despertar en la cama. Un gato a los pies. Un despertador gritando un nombre. Las luces de las farolas se niegan a darle el visto bueno al día, de madrugada. Mirarse las manos, y poder ver. Verse las uñas, en su sitio. Tocar la garganta, entera. Respirar. Tragar saliva. Notar el vientre abultado y la espalda sostenida.
Romper a llorar irremediablemente, porque el Infierno nunca fue tan real.

jueves, 9 de mayo de 2013

:. Santa Ana .: (I)


Querida Santa Ana, que en paz descanse y a quien tierra trague:

Las luces de mi ventana no han hecho más que marchitar las hojas de la noche con sus cálidos y violentos tonos. El aire nunca hizo más que posponer la llegada de la luna. Ese árbol, el que siempre está mirando hacia mi habitación, el que siempre atrae a los gatos a los balcones y a las palomas a las persianas, no ha parado de llorar desde que volví. Se caen sus hojas en mitad de la primavera, disculpándose por no ser flores. Disculpándose por ser como debían ser desde el inicio. Sintiendo pena por un cambio que arreglan con su irremediable suicidio.
Y yo, lejos de intentar hablar con el árbol, sólo puedo mirarlo y pensar. La farola que le acompaña no deja de parpadear, negándose a ver la caída de las hojas. Negándose a darles esa luz que, según ellas, no merecen.
Y en lo más profundo de mi garganta noto un llanto prisionero cada vez que esas hojas se mueven. Cada vez que la luz parpadea. Cada vez que debo apartarme el pelo de la frente y dejarlo tras mi oreja.
Mis manos tiemblan mientras mis uñas se arrancan el esmalte a tiras, intentando arrancarse a sí mismas y a la carne que protegen. Mis dientes aprisionan mi labio inferior tratando de perforarlo y devorar su jugo. Y mis ojos… ¿qué más habrá que decir? Se fijan en las hojas e intentan caer con ellas, pero sólo las pestañas que tan fielmente tratan de cuidarlos cada noche de luna nueva siguen el lúgubre camino.
Ellos se cierran, temerosos de la muerte. Y mis suspiros chocan contra el suelo, mientras las lágrimas se niegan a salir para avanzar por dentro, hasta la garganta. Y se refugian en el llanto, para nunca ver la luz asesina.
Y yo me pregunto, querida Santa Ana, cuyos días acabaron en las lluviosas tardes de Junio, adornadas por la humedad y el frío, adornadas por retazos y trizas de una fría conversación que mudó a nortes mejores… ¿es eso lo que a mí me espera?
¿Seré una presencia a observar, un suicidio a soportar? ¿Una presencia triste, deprimida, desesperada con una gélida calma que nunca querrá marcharse?
¿No será mi recuerdo más que un fragmento de una vida? ¿Una vida encerrada incapaz de encontrar un sosiego en los rincones de su celda?
Estoy vacío. De fe. De voluntad. De sueños.
Siento que los reflejos de los cristales no hacen más que engañarme, más que intentar hacerme creer en puras emociones sin base ni fundamento. Una sensación de espera inacabable por puro respeto, un silencio a lo largo del pasillo del casillo en el que habito, las burlonas sombras que sin hacer un solo ruido van y vienen, nacen y mueren… ¿por qué pretendo creer más allá de ello? ¿Qué más colores me podría deparar esta existencia, en los que apenas tengo fuerzas para hablar? ¿Para qué sirve hacer nada de lo que tengo planeado, de lo que alguna vez soñé, de lo que alguna vez yo mismo aconsejé a cualquier ser ajeno a mi circunstancia?
Quizá la vida no sea lo que espero. Quizá no fuera lo que esperaran las hojas de ese árbol vigía, ni de esa luz que lucha por apagarse, ni de esa luna que me niega su presencia una noche tras otra. Quizá la vida no sea más que dolor y agonía.
Y quizá el intentar perdurarla no sea más que una idiotez.