Reflexiones, ensayos, poemas, o incluso alguna chorrada. Todo tiene cabida aquí.
martes, 14 de mayo de 2013
:. Que nunca venga .:
Posiblemente, lo más difícil de morir sea mantener el cuerpo en tan lúgubre circunstancia.
Secar los pulmones tras arrancarse la nariz y desenchufar la tráquea, expulsándola por la espalda o el pecho.
Parar el corazón bloqueando el marcapasos con una gota de petróleo; hacerlo salir entre vísceras y granates.
Seguir apretando las venas, sin que la sangre se convierta en hielo; que caiga lentamente alimentando el suelo. Que su esencia se funda con la tierra y abandone el cuerpo.
Seguir con los ojos abiertos mientras las tijeras arrancan el iris, para que la Muerte sea incapaz de mirar a la cara. Para que nunca más muestre qué clase de falsa belleza podría perderse.
Ahogar la voz antes de que logre echar al alma del sucio contenedor, antes de que el fantasma huya y busca otro cuerpo. Que muera junto a su trampa, que no vuelva a salir.
Desgarrarse la garganta para introducir las pastillas y el vodka que la boca se niega a ingerir, que el cuerpo se niega a concebir e incubar en su interior.
Morderse la lengua para ahogarse con horchata y lágrimas, y tragar, tragar, para que conozcan al alcohol y los charcos de recuerdos.
Abrirse las piernas y el vientre para arrancarse aquellos mecanismos de vida. No querer engendrar a un ser como uno mismo, para evitarle tantos problemas a la hora de morir.
Arquear la espalda y agarrarse la nuca, para clavar las garras y escarbar con las manos hasta la columna, intentando desenvainarla como la mejor espada que jamás nadie haya tenido en su miserable existencia.
Arrancarse las uñas una a una con los dientes, para que tras el trabajo nunca vuelvan a ser útiles, ni intenten, siquiera piensen, en remediar lo que han hecho. Observar las pequeñas culebras sangrantes de los dedos revolotear por los huecos.
No poder sonreír al vomitar permanentemente.
Quedar en el suelo, o contra la pared, o incluso contra la cama y tapado con cualquier tipo de ilusión, sueño, o verdad. Un criterio, una certeza, una realidad falsa que nunca más quiso cumplirse.
Mirar al cielo, esperando ver a Dios.
Y que nunca aparezca porque nunca estuvo para ti.
Cerrar los ojos huecos, y que Ella venga. Que agarre la carne descosida y las tiras de piel que aún queda, o el pelo teñido de rojo y blanco, o la destrozada garganta, nido de gusanos.
Y que, con un chasquido, lo haga desaparecer.
Despertar en la cama. Un gato a los pies. Un despertador gritando un nombre. Las luces de las farolas se niegan a darle el visto bueno al día, de madrugada. Mirarse las manos, y poder ver. Verse las uñas, en su sitio. Tocar la garganta, entera. Respirar. Tragar saliva. Notar el vientre abultado y la espalda sostenida.
Romper a llorar irremediablemente, porque el Infierno nunca fue tan real.
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